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-My Life Without You- [Kuroshitsuji] [SebastianxCiel]

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Mensaje  Say Dom Ago 23, 2009 8:33 pm

Disclaimer: Todos los personajes de Kuroshitsuji pertenecen a Toboso Yana.

Advertencias: OC, OOC, yaoi. SebastianxCiel. OCxCiel.

Aclaraciones:
-Pensamientos.-
-Diálogo.-
Narración Normal.


Capítulo 1: “Ese Mayordomo, Elimina el Contrato”


--Mansión Phantomhive—


Su mano enguantada giró la perilla, mientras que su otra mano tenía bien sujeta la charola donde un té, recién hecho, se encontraba. Abrió la puerta con elegancia y rapidez, sin provocar ruido alguno. Entró, con su paso galante, a la habitación de su amo, quien seguía durmiendo bajo las impecables mantas. Dejó la charola de plata sobre una fina mesita de madera pulida, para después ir hacia las largas cortinas que impedían que los rayos del sol matutino entraran a arruinarle el sueño al joven Conde Phantomhive. Inmediatamente después de haber tomado entre sus manos una parte de la larga cortina blanca, la deslizó hacia uno de los extremos, provocando que los rayos solares se introdujeran en el recinto y le dieran de lleno en el rostro al niño que aún dormía en la enorme cama.

-Bocchan, es hora de levantarse.-avisó, con su voz calmada y, hasta cierto punto, autoritaria. El bulto que se encontraba arrebujado en la cama, tan solo se hizo un ovillo y se dio la vuelta. –Bocchan, será mejor que se levante ahora mismo, o su día se retrasará por completo.-insistió el mayordomo, mirando la hora en el reloj que había sacado de su bolsillo. –Ya lleva perdido un minuto, si sigue así, todas sus tareas se aplazarán…

El joven Phantomhive se levantó, con los ojos a medio abrir y la cara de disgusto. Su mirada de sueño e irritación se fijó en el hombre, mejor dicho demonio, que se encontraba frente a él, sirviéndole un humeante y delicioso té. Se talló los ojos y se estiró un poco, antes de que el mayordomo se le acercara para vestirlo.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.



El desayuno estaba servido en la mesa del comedor, la cual estaba engalanada en un impecable mantel blanco, de fina tela. El Conde, ataviado en un traje color tinto, se dirigió, seguido por su mayordomo, hacia el asiento que se disponía a utilizar. El sirviente se le adelantó, para colocar la silla de caoba de forma que el niño pudiese sentarse a gusto.

-Bocchan, recuerde que hoy tiene clase de violín a las 9 am, sus clases normales a partir de las 10 am. Así que espero que no se retrase revisando los papeles que le han enviado ésta mañana, los cuales ya se encuentran esperándole en su escritorio.

-…-el Conde tan solo se quedó en silencio, engullendo el delicioso desayuno que tenía ante él, mientras miraba cómo su mayordomo reñía a los demás sirvientes de la mansión Phantomhive por andar holgazaneando en lugar de hacer sus deberes domésticos. Era una escena tan común, pues cada día se repetía, pero aún así, aquello divertía de sobremanera al Conde.

-¡Yes, sir!-exclamaron los otros sirvientes, haciendo el saludo militar, antes de retirarse apresuradamente para realizar todas su tareas atrasadas, temiendo por sus vidas ante la mirada colérica del mayordomo. Bueno, todos a excepción del mayordomo anciano que siempre estaba bebiendo una infusión. Él tan solo salió con su calmado caminar.

La sonrisa de satisfacción que aún mostraba el rostro del pequeño Conde Phantomhive sorprendió demasiado al mayordomo, quien jamás lo había captado disfrutando de sus ataques de furia contra los otros sirvientes de la mansión.

-¿Bocchan?-inquirió, mientras el otro se deshacía con rapidez de aquella sonrisa, pues no era costumbre suya dejar que alguien le viera hacer aquél gesto. ¡Por todo lo importante de este mundo! ¡Ni siquiera tenía idea de que podía sonreír aunque fuera un poco y de forma tan sincera! Por ello, no dejaba que nadie lo supiera, pues aún era algo nuevo para él. -¿Estaba disfrutando de mi enojo hacia ellos?

-Tsk…-fue la respuesta que el mayordomo esperaba.-No te interesa eso, Sebastian.-dijo, mirando hacia otro sitio, con las mejillas ligeramente sonrojadas y dándole una mordida a un bollo.

-Como usted diga.-el demonio hizo una pequeña reverencia. Inmediatamente después, sacó su reloj del bolsillo. -Bocchan, es hora de que vaya arriba a revisar los papeles, o sus clases se retrasarán demasiado. –guardó el objeto una vez más en su sitio.

-Bien.-el joven Conde se levantó de su sitio, luego de haberse limpiado la boca, y comenzó a caminar hacia la puerta del comedor, la cual su fiel sirviente le abrió de inmediato. –Vamos, Sebastian.-el mayordomo le siguió.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.



Sebastian se encontraba, como cada día, supervisando lo que cada uno de los demás sirvientes, algo incompetentes en los quehaceres de hogar para su gusto, había hecho. Ya había visto el desastre culinario que el “Chef” Bard había cocinado; la inundación del cuarto de baño que había en la segunda planta, provocada por Maylene, la “sirvienta” miope. Había pasado frente a Tanaka-san, el mayordomo que tan solo permanecía arrodillado, bebiendo su deliciosa infusión. Y ahora, ante sus ojos se encontraba la escena del crimen. Árboles arrancados, algunos quemados, unos cuantos supervivientes…flores marchitas o hechas cenizas…En fin, era el mayor desastre de la historia de los jardines. Su mirada, entrecerrada y amenazadora, se fijo en Finnian, el “jardinero”. El rubio tan solo atinó a tensarse y tragar saliva del susto que le proporcionaba Sebastian cuando se enojaba de aquella manera con esos pobres mortales.

-Finnian…-susurró, de manera tan escalofriante que el pobre jardinero acabó temblando y casi huyendo, de no ser porque no podía ni moverse de su sitio. -¿Qué fue lo que sucedió aquí?-dijo, de manera tan mordaz que si hubiese gritado no hubiera dado tanto miedo.

-Eh…yo…es que…los fertilizantes…y…Pluto…-el sudor corría a chorros por la piel del rubio, mientras el nerviosismo se hacía demasiado presente en él.

-Explícate bien, Finnian.-se cruzó de brazos, esperando alguna excusa ya anteriormente pronunciada. Porque si algo sabía de aquél jardinero es que siempre, tratándose de los desastres del jardín, caía con la misma piedra, que llevaba por nombre “fertilizantes”.

-Es que…los fertilizantes…-inició. Sebastian había dado en el blanco. Siempre era por los dichosos fertilizantes que el hermoso y basto jardín de la mansión Phantomhive resultaba seriamente dañado. De no ser por él, sería tan solo tierra completamente seca e inservible. Luego de haber escuchado la palabra mágica que esperaba, dejó de oír la perorata llena de tartamudeos y explicaciones inútiles por parte de Finni-…y luego llegó Pluto. No sé por qué andaba tan entusiasmado que llegó y se me subió encima y luego siguió corriendo, se hizo grande y ¡comenzó a lanzar fuego!-las lágrimas se deslizaban como cascadas desde los ojos del rubio.-Lo siento, Sebastian-san.
Unos ladridos conocidos llegaron a oídos de ambos. Giraron sus rostros con rapidez, tan solo para observar cómo Pluto saltada hacía la gran ventana que tenían sobre sus cabezas, a varios metros de distancia. Ésta se encontraba abierta, lo cual era sumamente extraño, pues Sebastian juraría haberla dejado cerrada, además de que el Conde nunca la abría por sí solo. A menos que hubiera alguna razón. El gran perro volvió a su forma original, antes de caer dentro de la que era la oficina del dueño de la casa Phantomhive.

-¡Ah!-se escuchó el grito de sorpresa proveniente del recinto.-¡Pluto!-solo escuchaban ladridos de satisfacción y a alguien quejándose por el sinfín de lengüetazos que recibía.

-¡Joven Amo!-exclamaron Sebastian y Finnian, antes de coger una escalera y colocarla en la pared que daba a la oficina del Conde. Con rapidez, subieron por ella, olvidándose de que nadie la sostenía abajo. Entraron al lugar, tan solo para ver a un enojado joven que estaba atrapado debajo del perro demoniaco, el cual estaba desnudo a causa de que su ropa había desaparecido en la trasformación. –Pluto.-llamó el pelinegro alto. El perro, u hombre-perro, volteó a verlo con su sonrisa inocente plasmada en el rostro.-Sal de aquí.-levantó su brazo y con su dedo índice señaló hacia el destruido jardín.

Pluto se lamentó, pero no tuvo más opción que hacer lo que el mayordomo le ordenaba. Pronto, el rubio se dirigió para ayudar al Conde Phantomhive a levantarse. Pero, como siempre, Sebastian ya le tenía agarrado de la mano, poniéndole en pie.

-¿Se encuentra bien, Bocchan?-inquirió el mayordomo, mientras le limpiaba el rostro con un pañuelo. ¿Cómo era posible que el perro se atreviera a lamer con su sucia lengua aquella cara tan suave y perfecta? De inmediato, desechó aquél pensamiento absurdo, enviándole tan lejos como los que usualmente venía teniendo.

-Sí, sí…-masculló el ojiazul, con un gesto de asco.-Creo que me iré a dar un baño.-miró su ropa desarreglada y totalmente manchada de tierra.

-Enseguida le preparo el baño, Bocchan.-abrió la puerta y dejó que saliera, yendo tras él. –Finni, avísale a Maylene que venga a limpiar este desorden.-cerró la puerta.

-Yes…sir.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
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Mensaje  Say Dom Ago 23, 2009 8:33 pm

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Sebastian le esperaba, como cada día, con la toalla en la mano. Simplemente, se limitaba a voltear hacia otro sitio. No deseaba ver a su amo cuando estaba en aquella situación, pues no podía evitar pensar en tantas cosas que no debería. Sin duda, últimamente su mente estaba demasiado llena con cosas que jamás creyó considerar si quiera. Pero así era. Pensaba en lo hermosa que era la sonrisa del Conde, en lo perfecta que era su faz, en lo mucho que adoraba aquella determinación que le plasmaba a casi todo menos al baile. Inclusive le encantaba que le respondiera, comúnmente de mala manera, cuando le informaba alguna verdad que no le agradaba al Conde. Eso no debía ser. No debía sentir algo por él, no por el hecho de que fuera un chico ni por la edad, sino por el simple y sencillo hecho de que, al final, tendría que devorar su alma. No, sin duda, estaba mal. Si seguía así, no podría cumplir con lo que el contrato dictaba. No podría acabar con su alma. Por ello, un demonio no podía tener ataduras hacia un humano, más que las que el contrato otorgaba. Pero él sentía que estaba unido a Ciel Phantomhive por un lazo mucho más fuerte. Y, sin duda, no quería descubrir qué tipo de lazo era. Tan solo empeoraría la situación. Aunque, ¿para qué engañarse? En el fondo sabía lo que era.

-Sebastian.-le llamó el ojiazul, poniéndose en pie en la tina. Sin duda, el demonio estaba pasando por muchas pruebas hacia su fuerza de voluntad. Se acercó y le cubrió con la toalla, intentando no pensar en nada que pudiese desembocar en una situación bastante desfavorable.

-Creo que…si esto sigue así, lo mejor será…-fue interrumpido por el Conde, quien le miraba atentamente.-¿Sucede algo, Bocchan?-inquirió.

-N-nada…-volteó el rostro, ocultando el ligero sonrojo en sus mejillas.-¿Q-qué le hizo Finni al jardín?-preguntó, intentando salirse por la tangente.

-Lo destruyó con su mal uso de fertilizantes y por el comportamiento algo extraño de Pluto.-le ayudaba a secarse. Era mejor que sus pensamientos siguieran en los sucesos de hacia media hora.-Por cierto…-se quedó pensando, antes de levantar la mirada y encontrarse con la de Ciel, quien le miraba atentamente con un ligero sonrojo en las mejillas. Algo bastante extraño en él, pensó Sebastian.-¿Por qué Pluto entró a su ventana, Bocchan? No molesta demasiado a no ser que alguien le vaya a dar algo…-una respuesta se formó en su mente.-¿No será acaso que el Bocchan enviase a Pluto a destruir el jardín y meter a Finnian en problemas?

-¿Y-Y yo para qué haría eso?-preguntó el ojiazul, volteando el rostro totalmente rojo hacia un lado, y fingiendo estar ofendido.

-Tal vez para que me enojase con el pobre de Finnian.-aventuró el mayordomo.-Vuelvo a preguntarle, Bocchan. ¿Acaso usted disfruta de ver cómo los regaño?-una sonrisa torcida se formó en su faz, mientras el pequeño Conde tan solo atinaba a lanzar un bufido, para nada acorde con sus mejillas teñidas de carmín.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.



Era la hora de dormir. El demonio-mayordomo estaba terminando de abotonarle el pijama al Phantomhive, quien mantenía su mirada sobre la figura de Sebastian, sin que éste se diera cuenta, ya que estaba cavilando. La mano del joven ojiazul se levantó casi por inercia, como si hubiese sido creada para hacer lo que estaba a punto de hacer. Su delicada mano se colocó sobre la cabeza de su mayordomo, quien no se había dado cuenta aún de aquél gesto. Esa mano comenzó a acariciarle los suaves cabellos, relajándole los sentidos a su dueño. Por fin, Sebastian salió de su trance, encontrando una delicada mano sobre su cabeza, la cual levantó para mirar mejor al Conde.

-¿Bocchan?-susurró. De inmediato, la mano de Ciel se retiró de su sitio, donde estaba demasiado conforme para su gusto.

-T-Tenías algo en el cabello y y-ya te lo quité.-se excusó, antes de que el demonio se diera cuenta de la realidad. Escondió su rostro, en la oportuna oscuridad de su habitación, haciéndose un poco hacia atrás. No soportaba ser tan vulnerable en ocasiones. No quería que Sebastian se diera cuenta de qué tan débil podía llegar a ser, porque podría darse el caso de que su mayordomo decidiera que su alma no valía lo suficiente como para permanecer a su lado hasta que el momento de morir llegase. Él quería que Sebastian siempre estuviese allí para él, con él. Era un deseo algo egoísta, pero al menos lo podía conseguir por medio del contrato. Aquél contrato no era más que un arma de doble filo, pues le aseguraba que su demonio estaría siempre a su lado y disposición, pero eso también quería decir que no estaba con él porque quisiese, sino porque debía estar allí. Una verdad más que dolorosa. Agitó un poco la cabeza, desechando aquél pensamiento, como si de un mosquito molesto se tratara.

-Entonces, le estoy agradecido, Bocchan.-respondió el mayordomo, poniéndose en pie. –Es hora de dormir.-le recordó. Al momento siguiente, Ciel se recostó en la cama, mientras su demonio le arropaba, con el candelabro en las manos.-Buenas noches, Joven señor.

-S-Sebastian.-llamó, antes de que diera un paso.-Quédate hasta que me duerma.-dijo, como alguna vez le había ordenado. Sólo que, en esta ocasión, lo hacía porque no quería tenerlo lejos. Y, justamente, sentía como si su demonio se fuese a ir en cualquier instante.-Tal vez es porque no me agrada estar alejado de él. Por eso siento como si me fuera a abandonar…-cerró sus ojos, cayendo en un sueño profundo, pero lleno de desasosiego.

-Yes, my Lord.-había pronunciado Sebastian.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.



Semanas Después

--Mansión Phantomhve--

Mientras su mayordomo le servía el té de la tarde, él se deleitaba mirándole a sus anchas. No podía creer que ya hubiese aceptado sentirse así por un hombre, o demonio, que además era su sirviente. Pero así era. Deseaba a Sebastian en muchas formas; quería a Sebastian para él mismo, incluso se ponía celoso al verlo hablar con alguna bella muchacha aunque tan solo fuese para sacarle información que necesitarían; se podía decir que…amaba a Sebastian. Y ese era su problema. Lo amaba y estaba consciente de ello. Inventaba cualquier excusa para que fuera a donde él estaba y, así, tenerlo a su lado, aunque no fuera por más de unos minutos. Lo malo de todo eso, es que no se podía concentrar demasiado en otra cosa que no fuera el demonio, por lo que resultaba demasiado difícil no ser tan evidente cuando le miraba.

Mientras tanto, Sebastian seguía pensando. Últimamente se le podía ver bastante metido en sus pensamientos. Lo que nadie sabía era que lo único que solía ocupar su mente era su amo y aquél extraño sentimiento que tenía hacia él. Lo había aceptado. Lo que sentía por Ciel Phantomhive no era simple afecto, ni deseo, ni atracción. Era algo que, comúnmente, los humanos llamaban “amor”. Algo que JAMÁS había sentido por nadie. Pero siempre hay una primera vez para todo. Así que, ahora debía encontrar la solución. Peor no podía estar ya. Cuando llegase el momento de cumplir con el contrato, no podría devorar aquella alma de la cual Phantomhive era dueño. No podría, y eso le crearía graves problemas. Tan solo había dos soluciones para los demonios: o se comen el alma, o eliminan el contrato. Estaba bastante claro cuál era la mejor opción. O al menos eso es lo que creía él.

Le dio la taza de té a su joven amo, antes de salir de allí sin decir palabra alguna.

-Algo raro está sucediéndole a Sebastian…-pensó Ciel. No era común, mejor dicho JAMÁS había sucedido, que el mayordomo se retirase sin antes hacer una reverencia o preguntar si necesitaba algo más. –Últimamente está demasiado ausente, distante…¿No será que…se habrá dado cuenta de lo que siento o de lo débil que soy?-su ojo visible se abrió lo más que podía por la impresión. -Sebastian…-susurró.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.



Estaba recostado, con los ojos cerrándose. Su corazón y su mente seguían en estado de alerta. Una preocupación muy grande se había apoderado de él desde aquella tarde, cuando pensó en la posible razón del distanciamiento que Sebastian presentaba hacia él. Sentía los párpados pesados y podía ver cómo todo se volvía borroso, mientras caía lentamente en los brazos de Morfeo.

-Bocchan…-escuchó, a lo lejos, aunque el demonio estaba a un lado suyo.-No puedo seguir con esto…-lentamente, colocó un gesto de duda, pero sus ojos seguían cerrándose y pronto caería en la inconsciencia. Aún así, no deseaba dormir ya, tenía que preguntarle a Sebastian el por qué de sus palabras.-Eliminaré el contrato, Bocchan…Y usted será libre, su alma será libre.-susurró, demasiado cerca de su infantil rostro. ¿Acaso había escuchado bien? ¿O ya estaba dentro de una pesadilla? Por más que lo intentaba, no lograba encontrar dónde estaban ni sus labios ni su voz.-Adiós, Ciel.-en medio de la oscuridad que se había adueñado de su mente, sintió un cálido y húmedo beso en sus labios, antes de que la sensación de vacío se adueñara de él.

-Se…bas….tian…-todo se quedó en oscuridad y silencio.

.....................


Bueno, aquí termina el primer capítulo del fanfic.
Es de mi autoría Very Happy

Ja ne.
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Mensaje  Say Dom Oct 04, 2009 10:40 pm

My Life Without You

Disclaimer: Todos los personajes de Kuroshitsuji pertenecen a Toboso Yana.

Capítulo 2: “Ese Mayordomo, Desaparecido.”


Dos semanas después

--Mansión Phantomhive—


Maylene entró a la habitación, intentando no tropezar o provocar algún estruendo que despertase a su amo, quien, al parecer, dormía aún. Notó la oscuridad del recinto, lo que le causó temor a que su torpeza saliera a pesar de todo el esfuerzo que hacía. Al abrir la cortina, la tenue luz de aquél día nublado entró por la ventana. Al girarse, vio a Ciel Phantomhive, sentado en la cama, abrazándose las piernas y mirando a la nada. Debajo de sus ojos había unas ojeras bastante visibles, producto de todas aquellas noches de escaso y mal sueño que había pasado tras la partida de su mayordomo. Tenía un aspecto deplorable. Sin duda, el lazo que había formado con Sebastian debía de haber sido lo suficientemente fuerte como para dejarle en aquél estado. Aún no sabía por qué había renunciado aquél mayordomo tan perfecto, pero sí sabía que le necesitaban demasiado.

-Joven amo, buen día.-dijo ella, aunque sabía perfectamente que no tenían nada de bueno. –Le traje su desayuno. –señaló la bandeja de plata que llevaba en la mano. El ojiazul tan solo le miró, sin prestarle importancia, como si solo fuera una pared más. Ella se acercó, para dejarle el desayuno junto a la cama.-Creo que ya viene siendo hora de que olvide todo esto, señorito.-mencionó, intentando disuadirlo para seguir adelante con su vida. –Sé que Sebastian-san era muy importante para usted, pero ¿cree que le gustaría verlo así?-aquello lo hizo pensar un poco.-Tiene trabajo atrasado, su aspecto es lamentable, no ha estudiado nada, apenas se ha alimentado, está ausente y su salud de seguro no tarda en irse para abajo. Tiene que salir adelante, como el Conde Ciel Phantomhive que conocí.-caminó hacia él, mientras hablaba. El pelinegro se quedó reflexionando sus palabras, hasta que escuchó un grito y un fuerte estruendo. -¡Ah!-la sirvienta estaba tirada en el suelo, con té, platos y taza quebrados, y comida sobre ella. –Lo…lo siento.-se apresuró a decir, mientras limpiaba su desastre.-Perdone, señorito Ciel.-dijo, casi derramando lágrimas.

-Maylene, limpia eso y sírveme el desayuno en el comedor.-dijo, con gran determinación, mientras iba hacia el cuarto de baño. El hecho de estar sin Sebastian le dolía de sobremanera. Pero su debilidad había hecho que se alejara, ¿no? Entonces, dejaría de ser débil. Y, tarde o temprano, volvería a invocar al demonio para tenerlo de nuevo con él. Esa era su nueva meta. Su alma no quería ser libre. Quería pertenecerle a Sebastian.

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Tenía un grave problema. Cuando decidió tomar un baño, no pensó en todo lo que tendría que hacer. Ahora, se encontraba desnudo frente a una tina llena de agua fría. El problema era que su tina siempre tenía agua tibia.

-¿Qué se supone que deba hacer para que esté tibia? ¿Acaso no sale así?-abría y cerraba las llaves, notando que la temperatura del agua seguía siendo fría. –Bueno, se me hace tarde y se pone cada vez más helada. Será mejor que entre ya.-tomando valor, metió una de sus piernas al agua. De inmediato, su rostro se transformó y su cuerpo tembló. Estaba muy fría. –Y-Ya, no está fría, no está fría…-se repetía. Acto seguido, metió la otra pierna, cerrando los ojos con fuerza.-No lo está…no está fría…-se sentó dentro de la tina.-No está fría…

Con sus ojos recorrió aquella habitación, recordando el sitio donde, comúnmente, se quedaba Sebastian, esperándole. Su corazón se agitó, como cada vez que recordaba a su mayordomo, a aquella sonrisa suya, su faz perfecta, su cuerpo alto y sumamente atractivo. No pudo evitar sonrojarse al pensar en cuánto deseaba tocar a Sebastian, tenerlo nuevamente allí. Se imaginaba al demonio, sonriéndole, mientras le enjabonaba la espalda. Cómo deseaba que eso estuviese sucediendo de verdad.

-Sebastian…¿Dónde estás?-preguntó, a la nada, mientras veía su reflejo en un espejo. Un chico deprimido, de ojos azules le devolvía la mirada. Con su mano derecha tocó el ojo donde solía estar el sello con el cual podía ordenarle lo que fuera a Sebastian, pero…al igual que su amado demonio, ya no estaba. Su ojo azul había regresado, inclusive veía con él. Aún así, prefería mantenerlo cerrado. No quería que también eso cambiase en su vida.

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Se encontraba sentado, en la larga mesa del comedor, completamente a solas. Maylene acababa de irse, no sin antes haber destrozado una taza de la última vajilla que Sebastian había adquirido. Sebastian. Una vez más, llegaba a su mente aquél fatídico recuerdo, cuando le había dejado. Al despertar, había sentido tanta impotencia, desesperación que creía que se volvería loco. Le buscó por toda la mansión, despertando a sus sirvientes en el proceso, quienes llegaron a pensar que estaban bajo ataque o en una catástrofe. Aunque, pensándolo bien, esa sí que era una catástrofe. Sebastian se había ido de la Mansión Phantomhive y era casi seguro que no volvería. Luego de eso, se había sumido en sus pensamientos, lamentándose día tras día, soñando cada noche con aquella terrible despedida, donde no pudo hacer nada para retenerlo a su lado. Nada.

Instintivamente, llevó dos dedos a sus labios, recordando el sabor de aquél húmedo y doloroso beso con el cual le había dicho adiós su mayordomo. No entendía el por qué de aquél gesto, pero al revivirlo tantas veces, solo conseguía lastimarse aún más. Desechó aquél triste pensamiento, regresando al dilema que se le planteaba.

Frente a él, había varios platos con alimentos indescifrables, ya que la mayoría estaban carbonizados. Algunos simplemente se veían demasiado extraños como para que se le antojasen, y el té, sin duda no olía como a él le gustaba. Cómo extrañaba a Sebastian. No solo por lo que sentía hacia él, sino también por sus habilidades culinarias. O porque sabía cómo amarrar agujetas, o que podía dejar un moño perfectamente hecho, o que era experto en abotonar la ropa. Sin duda, era un completo inútil. Su cabello estaba totalmente impresentable, su ropa estaba arrugada y desordenada, el lazo que llevaba al cuello estaba mal amarrado y la botas que llevaba puestas estaban sin atar, por lo que debía caminar muy despacio. Si su tía Frances llegase a verle en aquél estado tan patético, inmediatamente rompería su compromiso con Elizabeth. Aunque, pensándolo mejor, no era tan mala idea después de todo. Ese compromiso no le traía más que problemas. Además, Lizzy debería estar con alguien que no solo la apreciase como a alguien de la familia, cosa que era, sino que de verdad la ame y esté dispuesto a entregarse por completo a ella. Pero, por ahora, estaban condenados a pasar sus vidas juntos.

Regresando al dilema, decidió que comería solo aquello que no hubiese pasado por el lanzallamas de Bard. Probó un bocado de un platillo que parecía gelatina, pero se dio cuenta de que no tenía nada que ver. Sin duda, su estómago sufriría tanto como su corazón.

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Su orbe azulada miró, una vez más, hacia la enorme pila de documentos que descansaban sobre su escritorio. Suspiró, regresando la vista hacia el papel que sostenía entre sus manos. Era demasiado tedioso el hecho de leer, firmar o rechazar todos aquellos escritos. Llevaba casi una hora realizando aquél duro trabajo, y aún no lograba que la torre de Babel –mejor dicho, de papeles- fuera destruida –desapareciera-. Sin duda, había dejado demasiado trabajo atrasado. Sin embargo, todo eso lo distraía lo suficiente como para poder ignorar el fuerte dolor de su corazón y la leve molestia de su estómago.

-Espero no enfermarme.-murmuró, al sentir cómo su estómago dolía un poco. Unos leves golpes en la puerta de su oficina llamaron su atención. Miró en aquella dirección durante unos segundos, esperanzado, con el corazón palpitándole cada vez más fuerte y rápido.-A..adelante.-logró pronunciar, inquieto, nervioso, recordando todos aquellas veces en que Sebastian había tocado de aquella forma antes de entrar a la oficina.

Sin embargo, la persona que entró por aquella puerta no fue otra más que su sirvienta, Maylene. Su mirada regresó, totalmente desilusionada, a los papeles que estaba revisando.

-Señorito, ya es hora de sus lecciones. El profesor Richardson ya se encuentra esperándole.-anunció, completamente apenada al notar la desilusión en la faz del Phantomhive.-¿Desea que lo haga pasar?-inquirió.

-Sí, hazlo pasar.-respondió, mecánicamente, mientras guardaba los papeles ya revisados y firmados en un cajón de su escritorio.

A los pocos minutos, un hombre de baja estatura y cabello entrecano, se adentró al recinto, dispuesto a ponerlo al corriente en sus materias.

-Éste será un largo día.-pensó Ciel, con desánimo y resignación.

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Mensaje  Say Dom Oct 04, 2009 10:56 pm

My Life Without You

Capítulo 2: “Ese Mayordomo, Desaparecido.”


Había estado escribiendo, sin poner realmente atención ni a lo que el profesor le intentaba explicar ni a lo que estaba garabateando en su libreta. Su único ojo visible se fijó en lo que acababa de escribir, dibujar o lo que fuese que estuviera haciendo, mientras soltaba un corto suspiro. Al ver lo que había estado plasmando en el cuaderno, casi se sale el alma del cuerpo, si es que aún quedaba algo de eso dentro de él. Había desde corazones mal dibujados, hasta el nombre de su mayordomo escrito en distintos tamaños y estilos de letra. Sin duda, ésa situación le afectaba de sobremanera. Decidió cambiar de hoja, no fuera a ser que el profesor Richardson llegase a leer aquello.

Regresó su mirada hacia el que estaba de espaldas a él. Volvió a suspirar. Llevaban casi tres interminables y aburridas horas “estudiando”. Aunque al principio había hecho el intento, no pudo concentrarse en la clase, por obvias razones. Su mente seguía repitiendo aquella despedida, aquél beso; seguía recordando el rostro perfecto y la sonrisa perversa, pero galante, que adornaba su rostro. Inclusive, había llegado a fantasear con que Sebastian había regresado, que estaba a su lado y, aunque sabía que era casi imposible, que le besaba con toda la ternura y pasión de la que era capaz. Corrió con suerte al descubrir, a tiempo, que no era más que una fantasía. De haber seguido con ello, no sabía lo que hubiese podido ocurrir.

-Y bien, joven Phantomhive…-comenzó el profesor, dándose la vuelta y dejando el pedazo de tiza en el escritorio. -¿Ha entendido todo lo que acabo de explicarle?-inquirió, mirándole tras unas gafas de montura dorada.

-Por supuesto, profesor.-respondió, haciendo gala de la pose autosuficiente por la que era conocido. Aunque por dentro, estaba un poco nervioso, pues si a Richardson se le ocurría la “fantástica” idea de pasarlo a que resolviera algún problema o que le contestara alguna pregunta, su farsa de buen alumno poniendo atención se iría a la basura, dejándole completamente en ridículo y, por ello, ganándose más deberes de los que tendría.

-Entonces, ¿podría usted resolver éste pro…?-comenzó, dictándole su sentencia de muerte. Pero fue interrumpido por unos golpes en la puerta.

-Adelante.-se apresuró a contestar el Conde Phantomhive, antes de que a su tutor se le ocurriera seguir con aquella petición. La puerta fue abierta, dejando entrar a Maylene, quien por poco y se tropieza por pisar el cordón desatado de sus botas.

-Perdonen la interrupción.-hizo una breve reverencia.-Señorito, acaba de llegar ésta carta.-sacó un sobre blanco de su delantal, mientras caminaba hacia donde el aludido se encontraba sentado. –Tome.-se la entregó, casi tirando una pila de papeles en el proceso.

Ciel se apresuró a coger los papeles importantes antes de que cayeran o se revolvieran, para después tomar la carta entre sus manos. El sello del sobre era color verde esmeralda, con un escudo de armas ya conocido por él. Con toda la lentitud del mundo, se dispuso a sacar la carta que contenía aquél sobre blanco, mientras las miradas, para nada discretas, de Richardson y Maylene estaban posadas en él.

-…-se puso a leer la carta, para desgracia de los otros dos, en silencio. –Estimado Conde Ciel Phantomhive. Queda usted cordialmente invitado a la celebración del Duque Rodolphus Musgrove, con motivo de su aniversario vigésimo noveno, que tendrá lugar el día veinticinco del presente mes en la Casa de Campo del Duque, que se encuentra en Londres, la cual iniciará a las diecinueve horas. Esperamos su asistencia. Atte. Bla, bla, bla… ¿Una fiesta de cumpleaños? Tan solo se la pasan haciendo celebración cada que les viene en gana. Pero…es una excelente oportunidad para hablar de negocios con personas importantes…Ese Musgrove tiene buenos contactos y, seguramente, invitó a todos ellos.-soltó un leve suspiro.-Profesor Richardson, ¿podríamos continuar mañana las clases?-inquirió, volteando a verlo.

-Por supuesto, Conde.-respondió el susodicho, antes de tomar sus cosas y salir de la oficina.-Con su permiso, que tenga buen día.

-Maylene.-le llamó Ciel.

-¿S-s-í, Bochan?-se acercó, cuidando de no caerse.

-Avísale a Tanaka que prepare el carruaje, luego vas a mi habitación. Iremos a comprar un buen traje.-salió, dejando sola, y algo confundida, a la sirvienta.

.-.-.-.-.-.-.-.-.


La habitación estaba sumida en las sombras, salvo por los haces de luz de luna que entraban por los ventanales. Una figura alta se podía apreciar, frente a una de las ventanas, observando cómo caía una leve llovizna fuera de su mansión. La puerta se abrió, con cuidado, dándole paso a una persona un poco más alta que la que ya se encontraba allí. Luego de haber entrado al recinto, cerró tras de sí.

-¿Me llamó, Señor?-inquirió, con una voz que no expresaba nada.

-Charles, quiero que prepares mi equipaje.-se volteó a verlo, con unos ojos castaños inexpresivos.-Mi primo, el Duque Musgrove, dará una fiesta dentro de dos días, en Londres. Así que debemos partir ahora mismo si es posible.

-Como usted diga, Señor.-hizo una reverencia en medio de la oscuridad, antes de salir y cerrar tras de sí.-Tal parece que el destino podría tener planeado un reencuentro entre nosotros, Bochan…-murmuró, mientras caminaba por un largo y oscuro pasillo, tan solo alumbrado por pequeñas y escasas velas que le daban a su pálido rostro un aire terrorífico.





bueno, ese fue el segundo capítulo .D

ja ne
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